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No sé exactamente la fecha, pero recuerdo que era verano y caía un sol que a mi parecer podía derretir las rocas (soporto fatal el calor). Llegamos a la plataforma de Gredos y empezamos a andar camino de la Laguna. Yo no hacía nada de deporte y lo noté según empecé a subir la cuesta, que me parecía eterna y muy empinada. Recuerdo perfectamente la falta de aire, el tabaco hacía mella, la cara embotada y roja por el calor y la sensación de humillación cuando veía señoras que me adelantaban sin ningún problema al tiempo que mantenían conversación entre calada y calada al cigarrillo...
En un momento de asfixia paré a descansar y a ponerme crema, el sol me estaba abrasando, miré la cuesta que no terminaba y le dije a mi novio que si en 30 metros no llegábamos a un llano yo me daba la vuelta, que yo no estaba ahí para sufrir con lo bien que está uno tomando cañas. Mi novio era el único que mantenía la ilusión ya que mi moral estaba por los suelos... Por suerte en 30 metros llegamos a Los Barrerones y pude ver la Laguna y el Circo de Gredos, entonces me alegré y pensé que había merecido la pena. Cuando llegamos al pie de la laguna sentí que había algo importante en aquel lugar, no sé el qué, pero aquello era importante, estaba vivo y tenía fuerza, mucha fuerza.
He vuelto después a la laguna y me ha sorprendido descubrir que no era tan difícil, o más bien, darme cuenta de lo poco acostumbrada que estaba a andar. Además, aunque cada vez me cueste menos esfuerzo llegar, sigo sintiendo la magnificiencia de esas montañas que observan a los miles de visitantes con claro desafío... algún día llegaré arriba.
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